miércoles, 16 de mayo de 2012

CASA DE CITAS (III)






-¿Qué hay? –preguntó el doctor.

-Un indio con una criatura. Dice que le ha picado un escorpión.


El doctor bajó la taza con cuidado antes de dejar su ira en libertad.


-¿No tengo nada que hacer más que curar mordeduras de insectos a los indios? Soy un doctor, no un veterinario.


-Sí, patrón –dijo el criado.


-¿Tiene dinero? –preguntó el doctor-. No, nunca tienen dinero. Yo, sólo yo en el mundo tengo que trabajar por nada, y estoy harto ya. ¡Ve a ver si tiene dinero!


El criado abrió la verja un poquito y miró a los que esperaban. Esta vez habló en el antiguo idioma.


-¿Tenéis dinero para pagar el tratamiento?


Kino hurgó en algún escondite secreto debajo de su manta y sacó un papel muy doblado.


Pliegue a pliegue fue desdoblándolo, hasta que por fin aparecieron ocho perlas deformes, feas y grisáceas como úlceras, aplastadas y casi sin valor. El criado cogió el papel y volvió a cerrar la puerta, pero esta vez no tardó en reaparecer. Abrió la verja el espacio suficiente para devolver el papel.


-El doctor ha salido –explicó- lo han llamado desde un caserío. –Y cerró apresuradamente.


Una ola de vergüenza recorrió todo el grupo. Se separaron. Los mendigos volvieron a los escalones de la iglesia, los curiosos huyeron, los vecinos se apartaron para no ver la vergüenza de Kino.


Durante largo rato Kino permaneció frente a la verja con Juana a su lado. Lentamente devolvió a su cabeza el sombrero de peticionario . Y entonces, impulsivo, golpeó la verja con el puño. Bajó la mirada y contempló casi con asombro sus nudillos despellejados y la sangre que corría por entre sus dedos.


John Steinbeck, La perla

 

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